La novela picaresca
Los últimos años del siglo XV y durante el siglo XVI, período caracterizado por los avances científicos, el crecimiento del capitalismo y
todo lo que este conlleva (surgimiento de la burguesía, pensamientos
individualistas) definieron nuevas formas de pensar del hombre con respecto a
sí mismo. La novela picaresca surge en 1554 con la publicación de Vida de Lázaro de Tormes, de sus fortunas y adversidades, y se caracteriza por contar las aventuras de su protagonista ,el pícaro,y cómo este pasa de amo en amo, en su lucha por sobrevivir. Este tipo de novelas toma forma
autobiográfica y construye una crítica y sátira social, en la que, a través del
pícaro, vemos representados los problemas que afectan a las nuevas
sociedades.
A partir de la lectura del
primer tratado de El lazarillo de Tormes se nos propuso como
actividad de escritura la redacción de un segundo tratado. Este nuevo texto debía mantener las características del género y podía presentarse como una continuación del primero que concluye con el abandono de Lázaro de su amo, el ciego, a causa del maltrato o bien, ser la trasposición de la historia a la actualidad.
Santiago Gliosca
Al llegar a Torrijos, supe que debía encontrar alguna forma
de conseguir comida, y un lugar para pasar la noche. Paseándome por el pueblo,
cerca del mercado, noté a un misterioso hombre con una larga capa debajo de la
cual parecía esconder algo. Quedé intrigado por su extraño comportamiento,
cuando lo vi parado al lado de un cajón de papas, así que me quedé
observándolo. Cuando el vendedor distrajo la vista, con un rápido ademan, sacó
de debajo de la capa una bola de lo que parecían ser hojas u otras hierbas
cubiertas con barro, que asemejaban la forma de una papa. Sin que el
comerciante lo notara, intercambió una de las papas por este bulto cubierto de
barro. Fue entonces cuando pensé que si ese misterioso hombre podía conseguir
comida tan fácilmente, era a quien debía acudir para satisfacer mi hambre.
Lo seguí hasta lo que parecía su casa y conseguí hablarle,
pero no conseguí la respuesta que esperaba. Lo que me ofrecía este hombre no
era una tutoría similar a la del ciego, en la que él me daba alimento, aunque
sea en cantidades minúsculas, sino que esperaba de mí, la misma ayuda que venía
buscando. Yo, ya no era un niño para que estén cuidando de mí, sino que debía
también practicar sus ingeniosas hazañas, también conocidas como “robar”, para
conseguir alimento. Ambos debíamos hacerlo por ambos. Dudé al principio, pero
luego pensé “después de lo que pasó con el ciego, lo tengo muy claro, lo más
importante es sobrevivir”, por lo que no me importaba cometer algunos delitos
para lograrlo.
De esta forma, me quedé viviendo en su casa, y ambos
salíamos a ingeniárnosla para sobrevivir. Entre los distintos robos, algunos
pequeños y otros de mayor escala, comencé a notar que nuestras “ganancias
compartidas” eran menores, el alimento cada vez nos rendía menos. Y fue entonces
cuando noté las intenciones de este ladrón.
Un día, noté a un hombre caminando con una bolsa similar a
la que utilizaba el ciego para guardar la comida, y me propuse obtenerla,
esperando dentro algo para alimentarnos. Conseguí obtener la bolsa completa,
realizando un pequeño corte en la cuerda que la sostenía su cintura. Luego de
robarla, siguiendo los pasos de mi antiguo amo, revisé y memoricé todo su
contenido antes de entregársela a mi compañero. Luego de unos momentos, éste me
devolvió la bolsa diciendo “ahí dentro está tu parte”. De los cinco trozos de
pan que había contado en la bolsa, solo había uno pequeño, acompañado de unas
cuantas migas. Ignorando completamente mis quejas, sostenía que siempre
repartía las ganancias de forma equitativa, y que era yo quien estaba queriendo
robarle a él, robando comida antes de entregarle la bolsa.
Casos similares se repitieron en otras ocasiones, y mi enojo
hacia el ladrón iba aumentando. Su avaricia lo había llevado a traicionar
nuestro acuerdo, pero era de esperarse de un hombre como él. Tanto era el enojo
hacia mi compañero, si podía llamarlo así, que a la primera oportunidad que
tuve, efectué mi venganza.
Habíamos planeado un robo a una caravana que llevaba sacos
de grano de la ciudad al molino cercano. El plan era sencillo, mientras uno de
nosotros causaba alboroto cerca del camino para obligar a los conductores a
abandonar el carro, el otro subía a uno de los carros y obtenía la carga.
Obviamente, el trabajo de causar el alboroto se me encargó a mí, de forma que
no pudiera ni acercarme a la carga hasta que no la tuviéramos en nuestra
posesión.
Cuando llegó el momento de actuar, sabía que debía
ingeniármelas para conseguir vengarme de este ladrón. Obviamente, el carro más
fácil de robar, era el último de la caravana, ya que es el menos notable para
el resto de los carros. La estrategia era la siguiente. Él se adelantaría al
último carro, manteniéndose siempre entre éste y el penúltimo, esperando mi
distracción, para tomarlo. Cuando me dirigía hacia el carro, pasé por detrás
sigilosamente y corté las cuerdas que aferraban la carga, y seguí con el plan,
creando la distracción. Solamente tuve que lanzar un par de piedras a los
conductores para lograr que abandonaran el carro y comenzaran a perseguirme
hacia los árboles.
Pude perderlos rápidamente y volví hacia donde se encontraba
el carro. Al verme, mi “compañero” salió
con el carro a toda velocidad, en un intento de obtener todo el alimento para
él. Tan velozmente se alejó que no prestó atención a la carga, que no estaba
aferrada al carro e iba tirando por el
camino.
Así fue como logré engañar al ladrón, y tomé como mi último
delito, uno de los sacos de grano que cayeron en el camino, y emprendí el
regreso a Torrijos, donde debía comenzar a buscar otra forma de sobrevivir. Una
forma que no requiera robar o engañar para hacerlo, o al menos no en la medida
en la que lo estaba haciendo.
Santiago Gliosca