Leer y escribir para aprender:
Textos que reflejan el trabajo de un aula donde se lee para aprender y se escribe para mostrar lo aprendido.

jueves, 28 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista.




Todo vuelve
Por Diego Mur


Pobre de mí, lo vi todo, repetidas veces. No sé si ellos tienen más miedo que yo, o yo más que ellos cuando llegan. Pero cuando lo hacen, se me hiela la sangre y me quedo quieto, inmovilizado por el terror. Es cierto que si verdaderamente te asustás no podés ni gritar. Es el miedo a lo desconocido, todos lo tenemos, sobre todo si te pasa algo como a mí.
Soy el dueño de un almacén en el campo, al costado de la ruta 7. No es muy lindo que digamos, por eso no viene gente casi nunca. Prefiero dejarlo así antes de que venga alguien.
Pero la historia se remonta a mi niñez, hace unos cincuenta años. Cuando era chico vivía en Buenos Aires. Allí me maldijo una gitana, con la promesa de que nunca me dejarían tranquilo. Al principio no le di mucha importancia, ya que no le creía, pero desde ese momento, todos los meses, a las 4:00, recibía llamadas por teléfono y, cuando atendía, oía una niña llorando, lo que me ponía nervioso. También, y como a todos los niños, me gustaba pisar hormigas, pero el día después de que lo hacía, despertaba con marcas dolorosas en el brazo, como picaduras. Esto sucedió hasta hace años, hasta que me mudé acá a Mendoza.
Pero las cosas empeoraron. La gente cuenta que en el campo, por la noche, pasan cosas extrañas. Las leyendas están en lo correcto. Decenas de veces veo gente aterrorizada, consumida por la locura, entrando a mi almacén-bar. Preguntan la hora y piden tragos fuertes o hasta armas para intentar el suicidio. Cuando veo y observo sus caras, descubro en ellas almas en pena y corazones a punto de estallar.
Todo esto siguió empeorando con el paso del tiempo. Los visitantes hablaban, mientras bebían, de gente muerta delante de sus narices, de barrancos llenos de cadáveres, de trozos de carne humana esparcida por la tierra al borde de la ruta. Una vez entró una pareja recién casada intentando matarme con un destornillador mientras recitaban cánticos parecidos a rituales satánicos. Tuve que dispararles a los dos y a sus padres con mi escopeta. Créanme que es una sensación horrible darse cuenta de que acabaste con la vida de alguien, y te atormentará toda tu vida. Ayer llegó un hombre corriendo aterrorizado a mi rancho. Decía cosas como “Quiero una ginebra, ¡Ya!” y “Tengo la obligación de saber la hora de su reloj”. Pero dijo algo más, que me dejó pálido e inmóvil con cada palabra: “…pareja en auto…sus padres…ayudé a empujar el coche…no estaban…desaparecieron…”. Sentí el peor de los escalofríos y me dio un sentimiento fuerte y puro de depresión. Pienso en el suicidio, pero hoy, 19 de agosto de 1954, dejo la pluma por miedo a la muerte.
Por último, y antes de que me muera por la pareja que me mira fijamente desde afuera, quiero avisar que ningún médico de los que llamé sabe qué está pasándoles a esas personas, pero afirman que no estaban locos.


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miércoles, 27 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista




La segunda vida de los delincuentes
Por Santiago Quiroga

   Llegó a eso de las once de la noche. Yo estaba apoyado contra el mostrador cuando sonó la campana avisando que alguien había entrado. Un señor de normal estatura, que parecía algo confundido y cansado; a los segundos de observar el almacén algo desconcertado, se sentó en la mesa del fondo en la esquina. Entonces fue cuando me acerqué hacia él para darle la bienvenida y me preguntó si el reloj estaba en hora. Asentí y le comenté que a lo sumo tendría cinco minutos de diferencia. Me pidió café bien caliente. Le ofrecí si quería acompañarlo con algo fuerte, y acepto pidiendo una ginebra. Parecía algo traumado así que me acerqué hacia él para preguntarle cómo estaba y me contó acerca de su día.

   Comenzó diciendo que había emprendido su viaje hacia acá hacía unas cuantas horas, vino a pie porque no quería esperar el autobús; al llegar al pueblo miró su reloj que marcaba las diez de la noche. Luego encontró un automóvil en el medio del camino, con cuatro personas: una pareja que estaba por casarse y dos personas mayores. Le habían pedido ayuda para empujar el coche y él accedió. Muy consideradamente se puso a empujar y observó que las personas ingresaban al auto, pero igual siguió empujando. Cuando volvió a observar dentro del vehículo, ya no estaban ahí y él no las había visto descender del auto, así que hacia mi almacén para refugiarse.

   Me quedé tildado unos segundos pensando y decidí contarle la vieja historia. Hacía unos cuantos años existía una banda de ladrones santacruceños que se instaló en Mendoza. Esa familia de la que me contaba, en algún momento sí estaba yendo a la iglesia, hasta que se les quedó el coche. Ahí fue cuando aparecieron esos bandidos ofreciendo ayudar a empujar el auto y los viejitos aceptaron y se subieron al vehículo; ahí fue cuando los mal nacidos les dispararon, asesinando a todos los ocupantes del coche. Unos años más tarde esos ladrones murieron en prisión.

   Dicen que los que ayudan a empujar aquel viejo auto son la reencarnación de alguno de los delincuentes, y esos viejitos eran mis padres y esa pareja era mi hermano y su novia.

   Entonces le pregunté si conocía el infierno, él respondió con un no dudoso y algo desconcertado. Unos años después, aquí estoy, preso por asesinato a mano armada contándole esto a ustedes, mis amigos de prisión. 

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LA VENGANZA NUNCA ACABA
Por Hugo Calero
  Recuerdo esa última noche de agosto que pasé con el señor Raúl Montes. Él estaba más pálido que la leche, asustado como si hubiera visto un fantasma o algo por el estilo, y muy atento. Me había pedido una ginebra y preguntado sobre la hora, pero lo que más me había preocupado esa noche, era lo que me conto después, a las once.
-¿Este lugar es seguro?- me dijo con la voz temblorosa.
-Sí, señor Montes- le dije, sin entender lo que le ocurría en ese momento-¿Por qué pregunta?
De repente me miró a los ojos y sus manos empezaron a temblar.
-Resulta que- me dijo- yo venía caminando hacia aquí, ya que no quería esperar al colectivo. Cuando estaba llegando, me cruzo con una pareja, se podría decir que se estaban por casar, con los padres de la novia y el vehículo averiado, por lo que lo estaban empujándolo. De repente escucho que el esposo dice que eran las doce, por lo que me fijé la hora que marcaba mi reloj, y decía las diez y diez. Yo estaba a punto de corregirlo cuando, de repente, escucho al esposo viniendo hacia mí para pedirme ayuda para empujar el coche.-
-¿No los habrá ayudado o sí?- le pregunté, muy preocupado por lo que me contestara.
-Sí- me dijo aun más asustado-¿Por qué pregunta eso?
En ese momento no tuve más remedio que contarle lo que me había ocurrido hacía dos años, y al año siguiente.
-Verá,- le comenté muy triste- resulta que hace dos años Roberto y al año siguiente, Juan, vinieron a mi bar a la misma hora que usted y me comentaron lo mismo: que venían caminando, se cruzan una pareja y que de repente desaparecen en el coche. Pero el problema fue que, luego que me lo contaron, al día siguiente se los había encontrado con la garganta abierta, un cuchillo a su lado y una carta que decía “venganza”.-
En ese momento Raúl se levantó, se terminó la ginebra, dio media vuelta, se fue. Al día siguiente, se lo encontró en la cama con la garganta abierta, el cuchillo y la carta que decía “venganza”.
Yo creo que esa pareja que aparece y desaparece habrá muerto en un accidente de autos, yendo para su casamiento, y que andan buscando venganza, por no haber podido casarse, matando a toda persona que sea lo bastante buena como para ayudarlas a empujar su vehículo. ¿Me puedo retirar, oficiales, que me espera mi esposa?
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El Suicidio
Por Jan Zuidwijk

      Era una noche fría y oscura, cuando Raúl Montes llegó a mi bar. Él parecía estar asustado, como si le hubiese ocurrido algo aterrador; tenía el rostro pálido y sus manos le temblaban. No sé si temblaba por el frío o por miedo. Fue derecho a sentarse en una mesa que había en un rincón del bar. Cuando lo fui a atender estaba mirando muy sorprendido el reloj de la pared que colgaba frente a él. Me preguntó si el reloj andaba bien, le dije que sí, aunque pudiese estar unos minutos errados y él desvió la vista hacia su reloj. Pidió un café bien caliente. Al notar que algo andaba mal, le ofrecí ponerle algo fuerte al café, él aceptó.
      Su actitud me resultaba familiar. Entonces recordé historias que habían contado varios clientes que habían visitado mi bar, mencionando haber visto fantasmas y personas que desaparecen. Junté valor y le pregunté si le había ocurrido algo. Él me miró fijo y callado, entonces me preguntó si creía en fantasmas. Con esa pregunta noté que había pasado por lo mismo que clientes anteriores. Le pregunté si se había cruzado con la pareja de recién casados y los padres de la novia. Él, asombrado me preguntó si sabía algo acerca de eso. Le conté que era una historia que se contaba en el pueblo, de un accidente automovilístico ocurrido en la ruta llegando al pueblo, una pareja joven de recién casados con los padres de la novia. Era un hecho terrible. Me dio lástima al escucharlo, pero cuando me mencionaron que los espíritus de estos se aparecían en la ruta y asustaban a quienes pasaban por ahí sentí un miedo terrible. Por suerte, hasta ahora a mí no se me aparecieron. Luego de escuchar la historia. Raúl se paró y se fue. No me atreví a decirle que quienes me dijeron haberlos visto fueron atormentados por los fantasmas hasta que se suicidaron. 

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martes, 26 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista.




El automóvil
Por Valentín Palavecino

        Estar en este bar, me enseñó que no todo tiene lógica, que no sabemos con quién hablamos y que no sabemos todo. Pero de algo yo estoy seguro: ellos existen, y van a imponer muerte hasta que alguien diga “no”, lástima que este hombre también cayó...
El ultimo día de mi vida, a la noche, un hombre entró a mi bar:
-Buenas noches.
-Buenas noches señor, ¿frío, eh?
No respondió, solo se quedó mirando el reloj que colgaba de una pared, como buscando una respuesta a una pregunta, esa respuesta era las once.
- ¿Anda bien ese reloj?-preguntó
- Sí señor, habrá alguna diferencia de cinco minutos pero nada más.
-Ah- respondió, parecía estar confundido-¿me da un café?
-Sí, está bien. Y algo para acompañar… ¿una ginebra?
-Sí, por favor.
-¿Copal o María Santa?
-Copal.
-Bien, sale una ginebra y un café.
-Gracias.
  Este hombre tenía una cara serena, pero parecía que debajo de esa careta escondía algo, algo que trataba de olvidar. Así que con duda le pregunté:
-¿Cómo se llama usted?
- Yo…Raúl Montes-dijo
Ese nombre me hizo acordar a alguien:
-Montes…Montes…  ¡Ah, sí! Esteban Montes-añadí.
-Esteban Montes… ah, mirá, ese es el nombre de mi viejo. ¿Usted sabe cómo es?
-Eh, pelo corto y oscuro, medio flaco y alto, tiene orzuelos en las mejillas y ojos un poco saltones.
-Es parecido a mi papá.
-Ah, mire usted-le dije mientras estaba le estaba sirviendo la ginebra y el café. Se estaba poniendo nervioso; se tomó un trago de ginebra apenas se lo serví, como tratando de calmarse. Él susurró:
-Este día se está poniendo cada vez más raro.
-¿Por qué?-pregunté.
- Cómo explicarlo. Venía caminando por la ruta cuando vi al costado de esta el auto de una pareja que parecía que se iba a casar y lo que parecía ser unos parientes de ellos, tal vez los padres de los novios. Me preguntaron si les podía dar una mano y acepté, pero de repente todos se subieron y me dejaron a mí para que empuje el auto solo. Empujé el auto unos metros hasta que me di cuenta de algo: el auto había cambiado en algunos detalles, en especial la matrícula, parecía de otro año. Pero esto no era todo, cuando me fijé adentro del auto me puse pálido, no había nadie. Empecé  a correr como un demonio hasta llegar a acá. Y bueno ahora estoy acá.
- ¡Ay, dios mío!-exclamé.-Una pareja que iba para su casamiento terminó muerta a causa de una falla en el motor, la gente dice que alguien lo hizo a propósito.
Le mostré un diario con la foto del auto  y el artículo donde hablaba sobre el accidente. Estaba pálido, temblaba un montón pero no se fijó en eso, se fijó en la fecha. Tartamudeando dijo:
-Esto no puede ser. ¡Acá dice 1934! ¡No estamos en esa fecha!
-Hombre, claro que estamos en esta fecha, este es el año 1934.Usted está medio mal.
-¡No…!¡No! No es verdad…! No es verdad!¿Qué está pasando?
De repente noté que  su piel se resecaba y se pudría. Entre gritos y sollozos término volviéndose polvo.
-Otra víctima,-murmuré.-La maldición sigue en pie.
Tocaron las doce en la iglesia, y ahí estaban, mirándome con ojos ensangrentados. Eran ellos y venían a buscarme. Estaba paralizado, asustadísimo y pálido cuando noté que mi piel se estaba empezando a resecar.

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LEGADO DE UN ASESINO
Por Lucas Cáceres 

Era una noche común  como otras, hasta que lo vi entrar. Estaba sucio y pálido, parecía asustado como si hubiera visto algo perturbador. Después de entrar rápidamente tomó asiento y me llamó. Me preguntó si andaba bien el reloj, y le dije que sí. El reloj marcaba las 11:05. Después me pidió un vaso de ginebra, y dijo que quería olvidar. En un principio pensé que se estaba haciendo el dramático, pero luego me di cuenta de que lo decía muy en serio. Acto seguido le serví el vaso de ginebra y me alejé. Cuando terminó su bebida, dijo que algo veía tras de él, algo del pasado. Pero cuando  quise echarlo del bar pensando que él había  enloquecido, llegué a escucharlo decir algo sobre  una familia que aparentaba ir a un casamiento y que los vio desaparecer. Me di cuenta de que yo sabía qué le estaba pasando, y lo que le dije fue:
-Por esa carretera había  viajado una familia que iba al casamiento de una pareja amiga. Resulta que cuando estaban llegando, se les agota el combustible. Pero justo pasaba alguien caminando.  Al principio no habían advertido  de quién se trataba. Esta persona dijo que los iba a ayudar, pero cuando se dieron cuenta de quien se trataba, él disparo y los mató. Nunca se supo por qué lo hizo, pero aún no lo han atrapado,  y  todo aquel que pase por allí y vea lo que usted vio está destinado a morir.
Cuando le terminé de decir eso, él salió corriendo desesperado diciendo que desperdicio había sido su vida. Eso fue lo último que supe de él oficial, ¿me puedo ir?

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El Misterio del automóvil

Por Facundo Fernández Blanco

Ahí estaba yo, escuchando las agujas del reloj mientras acomodaba las sillas. Cuando entro un hombre pálido, mojado, embarrado, asustado y tembloroso que se hacía llamar Raúl Montes. Se sentó en la primera silla que vio y me acerque para darle la bienvenida:
-Buenas noches-dijo
-Buenas noches, frío ¿eh?-
En ese preciso momento fijó su mirada en el reloj de la pared y me preguntó:
-¿Anda bien ese reloj?-
-Sí, señor, por lo menos… Habrá quizás una diferencia de cinco minutos, pero nada más.
Luego de eso miró su reloj, me pidió un café con ginebra y cuando se lo llevé lo veía muy tembloroso, entonces le pregunté:
-¿Se encuentra bien?
-La verdad, me acaba de pasar una cosa muy extraña.
-¿Qué pasó?
-Venía caminando por la ruta cuando me crucé con una  pareja yendo para su boda y con los padres de la novia. Me pidieron ayuda porque su auto se había descompuesto y necesitaban empujarlo. Yo accedí. Cuando estaba dispuesto a empujar con la ayuda de los otros dos hombres, me di cuenta de que estos ocupaban su lugar en el vehículo. ¡Qué descortés!, pensé, pero aún así comencé a empujar. Luego de unos metros, miré hacia el interior del vehículo y no había nadie. Sus ocupantes habían desaparecido. En ese preciso instante vine corriendo hasta la ciudad en busca de un refugio y encontré este almacén.
-Hay una historia que creía que no era verdad hasta ahora. Esta decía que hace unos treinta años, por lo menos, una pareja y los padres de la novia estaban yendo a su casamiento y que se les descompuso el auto. Estaban esperando a que pasara alguien para ayudarlos pero no sabían quién iba a ser esa persona… Cuando al fin alguien estuvo dispuesto a ayudar, resulta que era un asesino que vio cosas de valor, en el auto, este los mató, y desde entonces se dice que sus espíritus se encuentran en ese lugar esperando a que alguien los ayude. Tú eres la séptima persona que viene a mi almacén en busca de refugio por lo mismo.
-Y, ¿qué les pasó a los otros seis?
-A la semana siguiente se encontraban frente a un psicólogo ya que todos creían que estaban locos.
Una semana después, como me lo imagine, Raúl Montes se encontraba en el psicólogo, junto con los otros seis…



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lunes, 25 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista



El extraño caso de Armando Gonzales
Por Nicolás Rinaldi

Martes de Agosto de 1954
El extraño caso de Armando Gonzales

Testamento del Sr. Gonzales

Había sido una noche normal. O por lo menos hasta que ese tal Raúl Montes apareció. Tenía una apariencia robusta y preocupada; un hombre alto de unos cuarenta y pico de años vagando por las calles de ese pueblucho.
 –Buenas noches- me dijo.
 –Buenas noches- contesté. – Frío ¿eh?- continué.
 Pero algo lo inquietaba. Parecía confundido. Comparaba su reloj con el de la pared.
 – ¿Ese reloj funciona bien?- preguntó.
 –Sí- contesté. –Tendrá una diferencia de unos cinco minutos- le dije.
 En ese momento note en su rostro una apariencia de horror.
 – ¿Le sucede algo?- le pregunté. Al hacerlo, aquél hombre con el cual estaba hablando quedó paralizado.
 - ¿Se encuentra bien?- exclamé un poco asustado.
 –Es… es… es imp… imposible- tartamudeó.
 - ¿Qué es imposible?- dije preocupado.
De repente, el hombre cayó desmayado en el suelo, pálido como la nieve. Asustado, como pude, traté de levantarlo, pero no lo logré. Unos segundos después, se levantó del suelo como por arte de magia. Traté de ayudarlo, pero cuando observé su rostro de cerca, casi se me para el corazón. Sus ojos estaban blancos; parecía que el diablo se había apoderado de él. Tratando de escapar, corrí hacia la salida, pero la puerta se había trabado. De repente, Raúl Montes, o quien quiera que fuera, empezó a recitar unas palabras.
 –Tú… tú eres el responsable de esto. Mi esposa y sus padres no merecían morir, pero como estúpido que eres, conducías alcoholizado y nos mataste a todos-
Yo caí al suelo traumatizado. <<No puede ser>> pensé, <<Es imposible, los muertos no reviven>>.
 –Y ahora debes pagar tus deudas- dijo. –En una semana morirás, lenta y dolorosamente-.
-Después de eso solo recuerdo que estaba aquí, en el hospital-.
 –Bien, muchas gracias señor Gonzales-.
 –De nada, Dr. Fernández, no hay de qué-
  Al día siguiente, Armando Gonzales fue enviado al manicomio, y como prometido estaba, a los cinco días fue asesinado. Nadie sabe cómo, nadie sabe por qué, pero lo único que sabemos es que los espíritus están con nosotros.
Rodolfo Barros


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Aquel hombre misterioso
Por: Juan Cruz Ripeau

     Una noche fría y desolada de agosto, como tantas otras, estaba trabajando en el bar, cuando de repente entró un hombre lleno de barro, sucio y mal oliente. Parecía aterrado, casi no podía hablar, su mirada quedo fijada en el reloj y mientras yo le hablaba él miraba atónito las agujas del reloj, con cara de sorpresa. De repente me preguntó si el reloj funcionaba bien. Cuando le contesté que sí, sus ojos se abrieron y empezó a temblar, casi podía escuchar el latido del corazón de lo acelerado que estaba. Aún con desconfianza volvió a preguntarme sobre la veracidad del reloj. Al notarlo tan alterado le pregunté en qué lo podía ayudar y si le había pasado algo. Me miraba con cara de desencajado como si no entendiera lo que le preguntaba. Volví a hacerle las mismas preguntas y empezó a balbucear:
-Fantasma, fantasmas, auto, boda, desaparecieron.
    Al escucharlo me di cuenta de que se trataba de los fantasmas del bosque. Quise tranquilizarlo contándole que ellos aparecían todos los agostos desde 1924, cuando los ocupantes del auto tuvieron un accidente yendo a la iglesia. Al escuchar mi explicación logró tranquilizarse un poco y comenzó a hacerme preguntas, como por ejemplo si yo los había visto. Le respondí que eran mis padres, acompañando a mis tíos a la iglesia en el día de su boda. Nunca se supo bien qué fue lo que ocurrió, solo hubo testigos de que mis tíos y mis padres partieron en el auto rumbo a la iglesia por el tenebroso camino. Uno de ellos fui yo, que en ese entonces tenía 10 años, y partí a la iglesia media hora más tarde con mis abuelos en otro auto. En el camino encontramos el auto de los novios chocado contra un auto, vacío, sin ningún rastro de los cuerpos. Nunca se supo qué ocurrió con ellos cuatro. Luego de mi relato, el hombre me pidió si se podía alojar en una habitación, para no volver al bosque de noche. Le ofrecí una habitación al lado de la mía para que se sintiera seguro. A la mañana siguiente cuando le fui a ofrecer el desayuno, él ya no estaba allí. Nunca supe nada más acerca de ese hombre.


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Las Campanas

Por Facundo Totaro

Era una noche fría de agosto, en 1954, si mal no recuerdo. Estaba trabajando en el bar del pueblo y entró un hombre muy asustado. Me pareció extraño porque llevaba reloj pero preguntó la hora. Parecía muy sorprendido. Luego pidió un trago y nos pusimos a conversar. 
-¿Está bien, señor? ¿Le sucedió algo?- le pregunté 
-Tuve una experiencia muy extraña- me respondió tartamudo.
-Cuénteme, ¿qué le pasó?- 
 -Bueno, venía caminando hacía bastante tiempo porque se me había hecho tarde y el próximo ómnibus venía mañana- continuó- Entonces, al cabo de un rato me encuentro con unas personas que me pidieron ayuda para empujar su coche. En ese momento sonaron las campanas que marcaban las doce. Muy descortésmente se subieron al automóvil y me dejaron empujando solo. Cuando empiezo a empujar ellos desaparecen y el coche se convierte en chatarra.
-Sí, están pasando cosas muy raras últimamente-
-¿Cómo qué?- preguntó
-Bueno, hace un tiempo una pareja murió el día de su boda en un accidente de auto y hay veces que viene gente jurando haber visto fantasmas.
Le vi la cara y tenía una expresión de terror en ella. Pagó y huyó del lugar. 

Quince minutos más tarde, entró en el bar una pareja. Tenía la vestimenta de personas que se iban a casar. Escuche las campanas que marcaban las doce…

viernes, 22 de mayo de 2015

.Escribir como lector: el punto de vista



Solo un caso más
Por Mateo Desimoni

Era fría la noche. Nada ni nadie solía merodear en invierno tan tarde, más aún siendo un pueblo pequeño como Santa Marta.
Yo hacía lo de siempre, limpiaba la barra de tragos y ordenaba la cocina, la rutina clásica para épocas de poco trabajo.
Lo recuerdo bien. Estaba entrando al bar luego de emparejar los canteros de la puerta, cuando a lo lejos, tan lejos que apenas podía  divisarse, un hombre se acercaba a paso rápido, casi como trotando, por uno de los caminos de tierra de ingreso al pueblo. “Qué raro”, resonó en mi mente mientras me dirigía adentro a trapear los pisos de la sala. No pasaron más de cinco minutos cuando oí sonar la campanita  de la puerta de entrada. Era él, el hombre misterioso que antes había visto trotando, ésta vez, caminando como si no supiera dónde estaba. Estaba todo embarrado, pues había llovido los últimos tres días.
-- Buenas noches - dijo al verme.
-- Buenas noches señor – le contesté.
-- Frío eh? – agregué segundos después, tras acomodar su mesa.
Sin siquiera contestarme se adelantó a preguntar cosas.
-- ¿Anda bien el reloj? -
-- Sí – le contesté. -- A lo sumo cinco minutos de diferencia -- agregué.
Pidió un café.
-- La noche es fría, ¿porqué no pedir algo más fuerte? – le pregunté.
Asintió y pidió una ginebra. Lo noté nervioso, y con respeto le pregunté si le pasaba algo. Quedó en silencio, pero poco tiempo después contestó:
-- Ocurrió algo raro en mi viaje hasta aquí… verá… apareció un auto con cuatro pasajeros y… es extraño lo que pasó, porque escuché las campanas de las doce, y al ver su reloj resultan ser las once por lo que… --
-- No diga más – lo interrumpí.
Fui yo quien entró en razón. “Es solo uno más este hombre” me dije, y procedí a contarle la anécdota más conocida del pueblo, la del misterioso auto que desapareció con cuatro personas dirigiéndose a una boda por el mismo camino que transitaba el hombre.
-- Bueno señor – dije suspirando al terminar de relatar la historia. -- Ahora quiere que le traiga la ginebra acompañada de algo más fuerte aún, ¿verdad?-.

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La visita inesperada
Por Juan Ignacio Reil Luz

       Era un 15 de agosto de 1.954 a las once de la noche y yo estaba en mi bar, hasta que de repente entró un hombre. El estaba muy cansado, con toda la ropa llena de barro y muy traspirado. Me preguntó si el reloj estaba en hora y le dije que si, al oír la respuesta pareció sorprenderse y rápidamente verificó la hora en su reloj. Luego de un rato mirándolo me pidió un café con una ginebra.
       Tenía un aspecto raro como si algo le hubiese pasado por lo que me acerqué y me puse a hablar. Le pregunté que le había pasado y me contó que había venido caminando desde otro pueblo llamado Valle Verde que estaba bastante lejos. Además, me dijo que le habían pasado cosas muy extrañas. Pero luego de eso fue como si se asustase por lo que pensé que sería mejor esperar para seguir preguntándole. Luego de un rato me pidió un poco más de ginebra,  se la llevé y le ofrecí quedarse en una de las habitaciones que había y aceptó. Cuando terminó su ginebra lo lleve hasta un cuarto y me fui.
        A la mañana siguiente al despertarse, le ofrecí un desayuno y lo aceptó, por lo que se lo llevé y me senté junto a él. Empezamos a charlar, me contó de dónde venía y por qué había emprendido ese viaje caminando. Todo iba bien, hasta que le pregunté qué fueron esas cosas raras que me había dicho que le habían pasado. En ese momento se puso pálido, pero le insistí y finalmente me contó.
       El llevaba como dos horas caminando y estaba muy cansado, entonces, frenó y observó su reloj; eran las diez y diez. Cuando siguió, al rato logró divisar el pueblo. Siguió caminando un poco más y vio un auto parado. Se acercó y vio que había un hombre y una mujer que parecían que se iban a casar. En ese momento, identificó las campanas de la iglesia que marcaban las doce y le pareció raro, por lo que pensó que se le había quedado trabado el reloj a las diez y diez. Las personas del auto le pidieron si podía empujar el auto y acepto pero ellos se subieron al auto sin ayudarlo. El empezó a empujarlo hasta que se le dio por mirar dentro del auto.
En ese momento se dio cuenta de que no había nadie allí y por miedo salió corriendo hasta llegar a este pueblo. Luego el entró a mi bar y pasó todo lo que les he contado antes.
       Cuando terminó su relato me puse a reflexionar y llegué a la conclusión de que Raúl Montes estaba loco, pero en ese momento recordé las historias que me habían contado. Decían que aparecía gente asustada en sus bares, que decían que les habían pasado cosas extrañas y estas eran las mismas que le habían pasado a Raúl.
       En ese mismo instante salí corriendo y busqué a Raúl, cuando lo encontré, le conté las historias y después le dije que sabía por qué le había pasado eso. Me preguntó cómo lo sabía y le respondí que me habían contado historias de gente que le pasaba lo mismo que a él. Entonces le conté la historia. Le conté que hacía treinta años, iban un hombre y una mujer que estaban por casarse y se les rompió su auto. Cuando eran las doce, alguien frenó a ayudarlos y mientras los empujaba, los mató, y sus espíritus quedaron buscando venganza. Desde eso, todos los quince de agosto aparecen y los que empujan, se cree que son la reencarnación del asesino y al día siguiente aparecen muertos.
       Al día siguiente apareció Raúl Montes muerto en su habitación y se sumó otra víctima a la lista.

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jueves, 21 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista.



Prácticas del lenguaje del ámbito de la literatura: ESCRIBIR COMO LECTOR.


     En el cuento “El automóvil” del argentino Vicente Barbieri, un hombre transita a pie  por un camino rural en plena noche invernal, con destino a un pueblo distante unos 30 km. Poco antes de llegar allí, se detiene a prestar ayuda a cuatro personas, cuyo vehículo se encuentra averiado. Raúl Montes, el protagonista, huye espantado a la carrera, cuando verifica que los cuatro pasajeros del vehículo han desaparecido. Así, llega velozmente al pueblo, ingresa en un almacén-bar y pide un café y una ginebra al almacenero.
   La consigna planteada a los estudiantes de 3º año consistía en construir un narrador diferente para la historia. El relato debía ser asumido por un personaje - en este caso, el almacenero- que contara su versión acerca de lo ocurrido esa noche. Así, los estudiantes manejarían algunos elementos básicos de técnica narrativa, como el punto de vista o perspectiva. Además, se enfrentarían con la posibilidad de brindar algún tipo de explicación para los acontecimientos narrados, ya que el cambio de perspectiva también suele involucrar cuestiones relacionadas con las diferencias entre el saber y el no saber de los personajes.






El regreso

Por Samuel Colella

Era una noche fría, yo estaba a punto de cerrar mi bar, y estaba terminando de limpiarlo y acomodar sillas, cuando en un momento entra un hombre de mediana edad, de aspecto gélido, sucio, cansado y que daba la sensación de que hubiera estado escapándose de algo o alguien.
-Buenas noches, ¿qué se le ofrece?- le pregunté
-Una ginebra, por favor- dijo
-¿El reloj de la pared funciona correctamente?- preguntó
-Sí, al menos con 5 minutos de atraso o adelanto…..- contesté. -Se le ve mal, señor, ¿le sucedió algo?- pregunté
-Sí, muchacho, me acaba de suceder algo totalmente extravagante- dijo
-¿Qué le sucedió, si se puede saber?- pregunté tímidamente.
Entonces empezó a hablar. Yo lo observaba, él estaba aterrorizado.
-Yo venía caminando, había ido a una fiesta en un pueblo vecino, y, como el ómnibus no venía, decidí caminar los 30 kilómetros hasta aquí- aclaró
-La caminata era bastante aburrida, se imaginará. Pero de repente visualicé en un momento, más o menos a lo lejos, un vehículo, con cuatro personas contemplándolo desalentadas. Entonces supuse que era su vehículo, y claro estaba que se había averiado. Cuando llegué al lugar, me pidieron ayuda para empujar el auto, a lo que accedí gustoso, y ver si arrancaba. Pero cuando me dispuse a hacerlo, vi que ellos cuatro se subieron al auto, lo que me pareció bastante descortés. Comencé, entonces, a empujar el automóvil. Unos metros después, miré hacia adentro y vi que ellos no se encontraban allí. Aterrorizado, comencé a correr rápidamente para llegar hasta aquí- relató.
-Muy extraño, si se anima, armaremos nuestra propia escena de investigación- aventuré
-Excelente; lo pensaré, por ahora seguiré con mi ginebra- dijo.



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Sin título

Por Luis Costantini

    1954, una noche fría y oscura de agosto, las once de la noche, entró un sujeto todo embarrado que dijo llamarse Raúl Montes. Parecía extenuado, como aterrado por alguna cosa, estaba pálido y parecía sin vida. Se desplomó como un objeto inerte en una silla y preguntó la hora. Cuando le respondí pareció aliviado. Le pregunté si quería algo para tomar.
–Sí, un café, por favor.
– ¿Quiere algo fuerte con el café?-pregunté
–Bueno, una ginebra.
    Le llevé lo que pedía y le pregunté cómo había llegado hasta el bar en ese estado y porqué. Él consintió en contarme su historia. Me dispuse a escucharla, ya que no tenía otros huéspedes que atender, ni nada para hacer. “Me llamo Raúl Montes e iba caminando en dirección al pueblo porque no quería esperar al día siguiente para tomar el ómnibus, me estaba hartando la monotonía del viaje cuando vi, a lo lejos, un automóvil. El vehículo estaba a un costado de la carretera y vi a cuatro personas al costado del coche dos novios próximos a casarse y un matrimonio que supuse que eran los padres de la novia. Se oyó una campanada del pueblo y el novio dijo que eran las doce. Me disponía a arreglar mi reloj cuando me pidieron que los ayudara a empujar el auto. Con asombro vi que en vez de ayudarme a mover el vehículo, ocupaban sus respectivos lugares. Al cabo de haber empujado el carro un buen trecho me asomé por curiosidad para ver si todo iba bien, ya que no se oía ni un ruido procedente del interior del automóvil, con asombro y terror descubrí que no había nadie en el interior. Corrí a más no poder hacia aquí.” El resto de la historia… usted ya lo conoce. Pobre hombre pensé, si supiera la verdad…
    1817, en día soleado de primavera, estaba yo, Pepe, de 11 años, paseando por el pueblo, cuando, de repente sonaron las campanadas. Otro malón. Corrí hacia el pueblo para salvarme. Al llegar estaban preparándose para la defensa. Se escucharon los primeros disparos y después gritos. Media hora después los indios se retiraban. En medio de un campo de muertos sacamos a los heridos y los llevamos al “hospital” que era una habitación grande como para atender a 20 personas. Mi padre, soldado, no estaba entre los heridos. Corrí hacia el lugar donde se había librado la batalla y, con asombro, vi a mi padre entre los caídos. Pero no estaba del todo muerto, traté de llevarlo hasta el pueblo pero mis fuerzas no eran suficientes. Había unas tres leguas desde el pueblo hasta allí. Pensé en pedir ayuda, pero temía que cuando llegasen para ayudar fuera demasiado tarde. Además, no me van a ayudar, pensé. Tiempo después lo pude comprobar, nadie le iba a creer a un chico de 11 años. Al cabo de una hora de haber estado llorando junto a mi padre, lo vi morir. Huérfano de padre y madre, me adoptó una familia que estaba integrada por una hija y sus padres. Por los únicos que no sentía rechazo era por esta familia. Ellos, los únicos que me habían aceptado en mi soledad, los únicos que me habían dado lo que necesitaba en esos momentos: comprensión; aceptación; acogimiento. Pero los demás… una mezcla de odio y repulsión sentía hacia los otros, porque habían dejado morir a mi padre y ni sepultura le dieron. ¿Qué otra cosa iba yo a sentir?
    Quince años después, un día como cualquier otro, sus padres ya habían muerto hace algunos años, y yo le propuse matrimonio. Sí, estoy hablando de mi hermanastra. No contestó nada. Los días pasaban y yo le hacia la misma pregunta:
-¿Y Carlota?, ¿ya te decidiste?
    Y de nuevo no me respondía. Hasta que llegó el día… Me mandó una carta. Pero lo que contenía fue la causa de lo que pasó. Era una invitación a su casamiento… con Samuel Rodríguez. Juré tomar venganza. Llegó el día de la boda. Iban en un auto viejo, los padres del novio, él y ella. Los maté en el acto. Años después puse un bar y, al primer huésped que entrara le esperaba un único final. La muerte. Desde entonces se aparecen para que los que van para el pueblo se asusten. Pero ahora sé con seguridad que no me queda otro final que la cárcel por treinta años de homicidios. ¿De qué me alimentaba? De los cadáveres. ¿Qué hacía con los huesos? A los perros. ¿Y la ropa? Me la quedaba. Total el muerto no la iba a necesitar. Bueno, creo que mi parte está concluida, yo juré venganza y tomé la suficiente. No pido nada más.


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Los “esos”

Por Nicolás Molina

    Era una noche de agosto de 1954 como cualquier otra. Días así iba al bar solo para estar lejos de mi esposa.¿Quién iría a un barsucho en el medio de la zona de campo mendocina una noche de agosto?
Pero bueno, la noche no terminó siendo como cualquier otra.
Estaba yo escribiendo cosas que quería hacer antes de morir sobre mi sucio y despintado escritorio, cuando de repente entró un hombre blanco como la leche con los zapatos embarrados y las palmas de las manos sucias. Se sentó y fui hacia él.
-Buenas noches-me dijo
-Buenas noches, señor. ¿Frío, eh?- le respondí
Miraba la pared muy atentamente, forzando la vista. El reloj.
-¿Anda bien ese reloj?- Me preguntó
-Sí, señor, por lo menos… habrá quizá alguna diferencia de 5 minutos, pero nada más.
Miró su reloj.
-Un café bien caliente- ordenó el hombre.
Le temblaba la mano, moría de miedo. Tenía el presentimiento de que habían aparecido “esos”.
-Bueno, la noche no es para menos- comenté- ¿Quiere que le sirva algo fuerte con el café?
-Bueno- aceptó- Una ginebra
Le traje el pedido. Moría de miedo, era como los otros.
-¿Se siente bien?-le pregunté sabiendo que no- Puedo llamar a la ambulancia, no creo que médicos privados lo  atiendan a estas horas de la noche.
- Está bien, a pesar de que acá no es como afuera, tengo frío, bastante. Espere a que termine el café y llame.
Fui a llamar a la cocina. Era y sigo siendo creyente, así que recé para que no termine como los demás.
A la semana me avisaron que el hombre estaba en un loquero. Quería romper el lazo pero ellos amenazaron con matarme.      
No podía seguir, así que acá estoy, 8 de agosto de 1964 junto a Raúl, el hombre del que les hablaba. Me toman por loco, pero estoy a salvo de “esos”


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