Tratado II
Una vez que me decidí por dejar
al ciego, dejé atrás mi vida en la
ciudad también. Tras varios días de caminar sin rumbo alguno, llegué a la
plaza de una ciudad. Decidí por descansar allí
y empezar a pedirle a la gente por comida y vino pero apenas logré un par de migajas.
Tras una calurosa tarde, ya
cuando atardecía, un guardia de un miembro de la familia real se acercó a mí, y
cuando pensé que el me iba a ofrecer comida simplemente me dijo:
-Si te quedas aquí a la noche te
consideraré una amenaza para mi amo y tendré que echarte de este lugar.
-No tengo dónde quedarme- respondí.
-Soy muy joven para valerme por mí mismo, no tengo dónde ir.
Tras una larga charla le conté mi
historia y él decidió ser mi nuevo amo, prometiendo únicamente darme un lugar
donde dormir.
Al principio yo vigilé con el y
veía que si teníamos una buena jornada de trabajo, y si veían que nos
concentrábamos, nos daban las sobras de su comida. El guardia y yo nos repartíamos
las deliciosas sobras y el poco de vino en partes iguales. Además, nos dimos
cuenta de que si nos turnábamos trabajábamos menos. Yo, casi siempre, trabajaba
de noche mientras que el guardia dormía. De día, el guardia vigilaba mientras
que yo dormía.
Todo parecía ir bien, pero con el
paso de las semanas la comida empezó a escasear, al menos para mí. Yo notaba
como todos a mi alrededor se mantenían sanos y saludables y yo más desnutrido.
Una gélida noche de invierno,
mientras vigilaba, vi como mi Señora, la prima del rey, se escabullía hacia mi
morada, donde mi amo, el guardia, supuestamente dormía. Yo, en desesperación
por el hambre que tenía y al ver la deliciosa pata de cerdo que llevaba bajo
sus brazos, decidí seguirla. Lo que pude ver fue impactante: toda la comida
escondida en el escondite del guardia y la prima junto mi amo en una escena de
adulterio.
-Te ofreceremos lo que quieras a
cambio de que no digas ninguna palabra- dijeron en simultáneo
Fue en ese momento cuando vi una
muy buena oportunidad de vengarme del guardia por el hambre que me había hecho
pasar.
A la mañana siguiente me marché
de la ciudad con comida, vino y además le dejé una carta al cónyuge de mi Señora
para que el guardia recibiera el merecido castigo.
Nicolás Waltersdorf