Leer y escribir para aprender:
Textos que reflejan el trabajo de un aula donde se lee para aprender y se escribe para mostrar lo aprendido.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Escribir como lector: la picaresca




Cómo Lázaro sirvió en la casa Jerez y cómo de ahí huyó.



    El poblado de Torrijos era más pequeño, más lleno de gente noble y de alcurnia. Me pareció un perfecto lugar para conseguir buena comida, mi mente iba tras mi estómago, solo pensaba en una rica y abundante cena. Caminando por lo que parecía el camino principal del pueblo, me encontré con un aroma exquisito. Seguí con mi olfato ese delicioso y penetrante olor, lo que me llevó a una de las casas cercanas. Me acerqué y miré hacia adentro por la ventana. Sentados en la mesa estaban, los integrantes de una de las familias más ricas de la zona. El hombre, su mujer y sus dos hijas esperaban ansiosamente como yo, que lo que estaba emanando ese precioso aroma llegase a la mesa. Finalmente lo trajo la servidumbre. Entre las manos, cubiertas para no quemarse con la temperatura de la olla, lo traía una señorita, un guisado que podría haber alimentado a veinte.
   Sin pensarlo corrí hasta la puerta de la casa y golpeé fuerte, Me abrió la misma señorita que había traído la olla.
-Es un niño, señor –gritó, para que la escuche su amo- ¿lo hago pasar?
-¡Que venga! – se escuchó responder al señor.
Mirándome la sirvienta me dijo:
-Sígame, por favor.
No hice más que asentir y acatar su orden.Adentro, el hombre me puso cara a cara con él y viéndome fijo con su único ojo, dijo:
-¿Qué es lo que pretendes niño?
-Tengo mucha hambre y frío señor- respondí y continué- sea piadoso, por favor.
Lo pensó unos instantes y sin sacarme la mirada de encima, preguntó:
-¿Qué estáis dispuesto a hacer por un plato de comida caliente y un lugar para pasar las noches?
-Lo que sea señor- dije y tragué saliva.
-Perfecto, espléndido.
    Para la semana siguiente ya estaba sentado en la casa de la familia Jerez. Todos los días recibía comida y todas las noches tenía donde dormir, siempre y cuando hiciese los trabajos que me correspondían. Limpiaba, barría, vigilaba la puerta si mis amos salían, cargaba los víveres y las compras de la señora, cuidaba a la enferma madre del señor Jerez, entre otras cosas. No estaba mal, pero el trato de mis amos para conmigo es cada vez peor. Golpes, gritos, amenazas; dentro se mí nació y comenzó a crecer un odio irreprimible que me llevó a querer vengarme.
    Hablé con mi compañera, la señorita que servía el día que llegue a la casa. Me contó que ese mismo jueves serviríamos cerdo para cenar e iban a traer el cerdo vivo para que el cocinero lo sacrifique y lo cocine. Mi plan era simple, se trataba de una simple broma para molestar a mi amo y luego largarme de ahí. Tramaba soltar al cerdo, cubierto de lodo y aceite por toda la casa. Había hablado ya con el cocinero que me dijo que el iba a actuar desconcertado ante la situación; le dije que no había ningún problema con eso. Solo faltaba esperar hasta el jueves.
    El día llegó, el cerdo también. Lo llevé a un apartado de la cocina, lo embarré, lo aceité y lo dejé listo para cuando llegase mi amo. Pasaron los minutos hasta que escuché abrirse la puerta, era él. Calenté un fierro, abrí la cerca de las vallas que rodeaban al animal y lo llevé a la sala. Frente a mi amo y con el cerdo ahí, exclamé:
-¡Aquí tengo uno casi tan cerdo como tú, hijueputa!- y hundí el fierro al rojo vivo en el trasero del animal.
Junto con el marrano salí corriendo, pero a diferencia de él, salté y escapé por la ventana mientras escuchaba las blasfemias de mi antiguo amo.     Hui de la casa y del pueblo y me dirigí hacia el norte, camino a un poblado vecino llamado Maqueda, me esperaba ahí lo que el destino me deparase.


Carlos L.Chaves