Solo un caso más
Por Mateo Desimoni
Era fría la noche. Nada ni nadie solía merodear en
invierno tan tarde, más aún siendo un pueblo pequeño como Santa Marta.
Yo hacía lo de siempre, limpiaba la barra de tragos
y ordenaba la cocina, la rutina clásica para épocas de poco trabajo.
Lo recuerdo bien. Estaba entrando al bar luego de
emparejar los canteros de la puerta, cuando a lo lejos, tan lejos que apenas
podía divisarse, un hombre se acercaba a
paso rápido, casi como trotando, por uno de los caminos de tierra de ingreso al
pueblo. “Qué raro”, resonó en mi mente mientras me dirigía adentro a trapear
los pisos de la sala. No pasaron más de cinco minutos cuando oí sonar la
campanita de la puerta de entrada. Era
él, el hombre misterioso que antes había visto trotando, ésta vez, caminando
como si no supiera dónde estaba. Estaba todo embarrado, pues había llovido los
últimos tres días.
-- Buenas
noches - dijo al verme.
-- Buenas
noches señor – le contesté.
-- Frío eh?
– agregué segundos después, tras acomodar su mesa.
Sin
siquiera contestarme se adelantó a preguntar cosas.
-- ¿Anda
bien el reloj? -
-- Sí – le
contesté. -- A lo sumo cinco minutos de diferencia -- agregué.
Pidió un
café.
-- La noche
es fría, ¿porqué no pedir algo más fuerte? – le pregunté.
Asintió y
pidió una ginebra. Lo noté nervioso, y con respeto le pregunté si le pasaba
algo. Quedó en silencio, pero poco tiempo después contestó:
-- Ocurrió
algo raro en mi viaje hasta aquí… verá… apareció un auto con cuatro pasajeros
y… es extraño lo que pasó, porque escuché las campanas de las doce, y al ver su
reloj resultan ser las once por lo que… --
-- No diga
más – lo interrumpí.
Fui yo
quien entró en razón. “Es solo uno más este hombre” me dije, y procedí a
contarle la anécdota más conocida del pueblo, la del misterioso auto que
desapareció con cuatro personas dirigiéndose a una boda por el mismo camino que
transitaba el hombre.
-- Bueno
señor – dije suspirando al terminar de relatar la historia. -- Ahora quiere que
le traiga la ginebra acompañada de algo más fuerte aún, ¿verdad?-.
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La visita inesperada
Por Juan Ignacio Reil Luz
Era un
15 de agosto de 1.954 a las once de la noche y yo estaba en mi bar, hasta que
de repente entró un hombre. El estaba muy cansado, con toda la ropa llena de
barro y muy traspirado. Me preguntó si el reloj estaba en hora y le dije que
si, al oír la respuesta pareció sorprenderse y rápidamente verificó la hora en
su reloj. Luego de un rato mirándolo me pidió un café con una ginebra.
Tenía
un aspecto raro como si algo le hubiese pasado por lo que me acerqué y me puse
a hablar. Le pregunté que le había pasado y me contó que había venido caminando
desde otro pueblo llamado Valle Verde que estaba bastante lejos. Además, me
dijo que le habían pasado cosas muy extrañas. Pero luego de eso fue como si se
asustase por lo que pensé que sería mejor esperar para seguir preguntándole.
Luego de un rato me pidió un poco más de ginebra, se la llevé y le ofrecí quedarse en una de
las habitaciones que había y aceptó. Cuando terminó su ginebra lo lleve hasta
un cuarto y me fui.
A la
mañana siguiente al despertarse, le ofrecí un desayuno y lo aceptó, por lo que
se lo llevé y me senté junto a él. Empezamos a charlar, me contó de dónde venía
y por qué había emprendido ese viaje caminando. Todo iba bien, hasta que le
pregunté qué fueron esas cosas raras que me había dicho que le habían pasado.
En ese momento se puso pálido, pero le insistí y finalmente me contó.
El llevaba como dos horas caminando y estaba
muy cansado, entonces, frenó y observó su reloj; eran las diez y diez. Cuando
siguió, al rato logró divisar el pueblo. Siguió caminando un poco más y vio un
auto parado. Se acercó y vio que había un hombre y una mujer que parecían que
se iban a casar. En ese momento, identificó las campanas de la iglesia que
marcaban las doce y le pareció raro, por lo que pensó que se le había quedado
trabado el reloj a las diez y diez. Las personas del auto le pidieron si podía
empujar el auto y acepto pero ellos se subieron al auto sin ayudarlo. El empezó
a empujarlo hasta que se le dio por mirar dentro del auto.
En ese momento se dio cuenta de que no había nadie
allí y por miedo salió corriendo hasta llegar a este pueblo. Luego el entró a
mi bar y pasó todo lo que les he contado antes.
Cuando
terminó su relato me puse a reflexionar y llegué a la conclusión de que Raúl
Montes estaba loco, pero en ese momento recordé las historias que me habían
contado. Decían que aparecía gente asustada en sus bares, que decían que les
habían pasado cosas extrañas y estas eran las mismas que le habían pasado a
Raúl.
En ese
mismo instante salí corriendo y busqué a Raúl, cuando lo encontré, le conté las
historias y después le dije que sabía por qué le había pasado eso. Me preguntó
cómo lo sabía y le respondí que me habían contado historias de gente que le
pasaba lo mismo que a él. Entonces le conté la historia. Le conté que hacía
treinta años, iban un hombre y una mujer que estaban por casarse y se les
rompió su auto. Cuando eran las doce, alguien frenó a ayudarlos y mientras los
empujaba, los mató, y sus espíritus quedaron buscando venganza. Desde eso,
todos los quince de agosto aparecen y los que empujan, se cree que son la
reencarnación del asesino y al día siguiente aparecen muertos.
Al día
siguiente apareció Raúl Montes muerto en su habitación y se sumó otra víctima a
la lista.
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