El
extraño caso de Armando Gonzales
Por Nicolás Rinaldi
Martes
de Agosto de 1954
El
extraño caso de Armando Gonzales
Testamento
del Sr. Gonzales
Había
sido una noche normal. O por lo menos hasta que ese tal Raúl Montes apareció.
Tenía una apariencia robusta y preocupada; un hombre alto de unos cuarenta y
pico de años vagando por las calles de ese pueblucho.
–Buenas noches- me dijo.
–Buenas noches- contesté. – Frío ¿eh?-
continué.
Pero algo lo inquietaba. Parecía confundido.
Comparaba su reloj con el de la pared.
– ¿Ese reloj funciona bien?- preguntó.
–Sí- contesté. –Tendrá una diferencia de unos
cinco minutos- le dije.
En ese momento note en su rostro una
apariencia de horror.
– ¿Le sucede algo?- le pregunté. Al hacerlo,
aquél hombre con el cual estaba hablando quedó paralizado.
- ¿Se encuentra bien?- exclamé un poco
asustado.
–Es… es… es imp… imposible- tartamudeó.
- ¿Qué es imposible?- dije preocupado.
De
repente, el hombre cayó desmayado en el suelo, pálido como la nieve. Asustado,
como pude, traté de levantarlo, pero no lo logré. Unos segundos después, se
levantó del suelo como por arte de magia. Traté de ayudarlo, pero cuando
observé su rostro de cerca, casi se me para el corazón. Sus ojos estaban
blancos; parecía que el diablo se había apoderado de él. Tratando de escapar,
corrí hacia la salida, pero la puerta se había trabado. De repente, Raúl
Montes, o quien quiera que fuera, empezó a recitar unas palabras.
–Tú… tú eres el responsable de esto. Mi esposa
y sus padres no merecían morir, pero como estúpido que eres, conducías
alcoholizado y nos mataste a todos-
Yo
caí al suelo traumatizado. <<No puede ser>> pensé, <<Es
imposible, los muertos no reviven>>.
–Y ahora debes pagar tus deudas- dijo. –En una
semana morirás, lenta y dolorosamente-.
-Después
de eso solo recuerdo que estaba aquí, en el hospital-.
–Bien, muchas gracias señor Gonzales-.
–De nada, Dr. Fernández, no hay de qué-
Al día siguiente, Armando Gonzales fue
enviado al manicomio, y como prometido estaba, a los cinco días fue asesinado.
Nadie sabe cómo, nadie sabe por qué, pero lo único que sabemos es que los
espíritus están con nosotros.
Rodolfo Barros
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Aquel hombre
misterioso
Por: Juan Cruz Ripeau
Una
noche fría y desolada de agosto, como tantas otras, estaba trabajando en el
bar, cuando de repente entró un hombre lleno de barro, sucio y mal oliente.
Parecía aterrado, casi no podía hablar, su mirada quedo fijada en el reloj y
mientras yo le hablaba él miraba atónito las agujas del reloj, con cara de
sorpresa. De repente me preguntó si el reloj funcionaba bien. Cuando le
contesté que sí, sus ojos se abrieron y empezó a temblar, casi podía escuchar
el latido del corazón de lo acelerado que estaba. Aún con desconfianza volvió a
preguntarme sobre la veracidad del reloj. Al notarlo tan alterado le pregunté
en qué lo podía ayudar y si le había pasado algo. Me miraba con cara de
desencajado como si no entendiera lo que le preguntaba. Volví a hacerle las mismas
preguntas y empezó a balbucear:
-Fantasma,
fantasmas, auto, boda, desaparecieron.
Al
escucharlo me di cuenta de que se trataba de los fantasmas del bosque. Quise
tranquilizarlo contándole que ellos aparecían todos los agostos desde 1924,
cuando los ocupantes del auto tuvieron un accidente yendo a la iglesia. Al
escuchar mi explicación logró tranquilizarse un poco y comenzó a hacerme
preguntas, como por ejemplo si yo los había visto. Le respondí que eran mis
padres, acompañando a mis tíos a la iglesia en el día de su boda. Nunca se supo
bien qué fue lo que ocurrió, solo hubo testigos de que mis tíos y mis padres
partieron en el auto rumbo a la iglesia por el tenebroso camino. Uno de ellos
fui yo, que en ese entonces tenía 10 años, y partí a la iglesia media hora más
tarde con mis abuelos en otro auto. En el camino encontramos el auto de los
novios chocado contra un auto, vacío, sin ningún rastro de los cuerpos. Nunca
se supo qué ocurrió con ellos cuatro. Luego de mi relato, el hombre me pidió si
se podía alojar en una habitación, para no volver al bosque de noche. Le ofrecí
una habitación al lado de la mía para que se sintiera seguro. A la mañana
siguiente cuando le fui a ofrecer el desayuno, él ya no estaba allí. Nunca supe
nada más acerca de ese hombre.
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Las
Campanas
Por Facundo Totaro
Era una noche fría de agosto, en 1954, si mal
no recuerdo. Estaba trabajando en el bar del pueblo y entró un hombre muy
asustado. Me pareció extraño porque llevaba reloj pero preguntó la hora. Parecía
muy sorprendido. Luego pidió un trago y nos pusimos a conversar.
-¿Está bien, señor? ¿Le sucedió algo?- le
pregunté
-Tuve una experiencia muy extraña- me respondió tartamudo.
-Cuénteme, ¿qué le pasó?-
-Bueno, venía caminando hacía bastante tiempo
porque se me había hecho tarde y el próximo ómnibus venía mañana- continuó-
Entonces, al cabo de un rato me encuentro con unas personas que me pidieron
ayuda para empujar su coche. En ese momento sonaron las campanas que marcaban
las doce. Muy descortésmente se subieron al automóvil y me dejaron empujando
solo. Cuando empiezo a empujar ellos desaparecen y el coche se convierte en
chatarra.
-Sí, están pasando cosas muy raras
últimamente-
-¿Cómo qué?- preguntó
-Bueno, hace un tiempo una pareja murió el día
de su boda en un accidente de auto y hay veces que viene gente jurando haber
visto fantasmas.
Le vi la cara y tenía una expresión de terror
en ella. Pagó y huyó del lugar.
Quince minutos más tarde, entró en el bar una
pareja. Tenía la vestimenta de personas que se iban a casar. Escuche las
campanas que marcaban las doce…