Leer y escribir para aprender:
Textos que reflejan el trabajo de un aula donde se lee para aprender y se escribe para mostrar lo aprendido.

jueves, 28 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista.




Todo vuelve
Por Diego Mur


Pobre de mí, lo vi todo, repetidas veces. No sé si ellos tienen más miedo que yo, o yo más que ellos cuando llegan. Pero cuando lo hacen, se me hiela la sangre y me quedo quieto, inmovilizado por el terror. Es cierto que si verdaderamente te asustás no podés ni gritar. Es el miedo a lo desconocido, todos lo tenemos, sobre todo si te pasa algo como a mí.
Soy el dueño de un almacén en el campo, al costado de la ruta 7. No es muy lindo que digamos, por eso no viene gente casi nunca. Prefiero dejarlo así antes de que venga alguien.
Pero la historia se remonta a mi niñez, hace unos cincuenta años. Cuando era chico vivía en Buenos Aires. Allí me maldijo una gitana, con la promesa de que nunca me dejarían tranquilo. Al principio no le di mucha importancia, ya que no le creía, pero desde ese momento, todos los meses, a las 4:00, recibía llamadas por teléfono y, cuando atendía, oía una niña llorando, lo que me ponía nervioso. También, y como a todos los niños, me gustaba pisar hormigas, pero el día después de que lo hacía, despertaba con marcas dolorosas en el brazo, como picaduras. Esto sucedió hasta hace años, hasta que me mudé acá a Mendoza.
Pero las cosas empeoraron. La gente cuenta que en el campo, por la noche, pasan cosas extrañas. Las leyendas están en lo correcto. Decenas de veces veo gente aterrorizada, consumida por la locura, entrando a mi almacén-bar. Preguntan la hora y piden tragos fuertes o hasta armas para intentar el suicidio. Cuando veo y observo sus caras, descubro en ellas almas en pena y corazones a punto de estallar.
Todo esto siguió empeorando con el paso del tiempo. Los visitantes hablaban, mientras bebían, de gente muerta delante de sus narices, de barrancos llenos de cadáveres, de trozos de carne humana esparcida por la tierra al borde de la ruta. Una vez entró una pareja recién casada intentando matarme con un destornillador mientras recitaban cánticos parecidos a rituales satánicos. Tuve que dispararles a los dos y a sus padres con mi escopeta. Créanme que es una sensación horrible darse cuenta de que acabaste con la vida de alguien, y te atormentará toda tu vida. Ayer llegó un hombre corriendo aterrorizado a mi rancho. Decía cosas como “Quiero una ginebra, ¡Ya!” y “Tengo la obligación de saber la hora de su reloj”. Pero dijo algo más, que me dejó pálido e inmóvil con cada palabra: “…pareja en auto…sus padres…ayudé a empujar el coche…no estaban…desaparecieron…”. Sentí el peor de los escalofríos y me dio un sentimiento fuerte y puro de depresión. Pienso en el suicidio, pero hoy, 19 de agosto de 1954, dejo la pluma por miedo a la muerte.
Por último, y antes de que me muera por la pareja que me mira fijamente desde afuera, quiero avisar que ningún médico de los que llamé sabe qué está pasándoles a esas personas, pero afirman que no estaban locos.


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