Leer y escribir para aprender:
Textos que reflejan el trabajo de un aula donde se lee para aprender y se escribe para mostrar lo aprendido.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Escribir como lector: el punto de vista




La segunda vida de los delincuentes
Por Santiago Quiroga

   Llegó a eso de las once de la noche. Yo estaba apoyado contra el mostrador cuando sonó la campana avisando que alguien había entrado. Un señor de normal estatura, que parecía algo confundido y cansado; a los segundos de observar el almacén algo desconcertado, se sentó en la mesa del fondo en la esquina. Entonces fue cuando me acerqué hacia él para darle la bienvenida y me preguntó si el reloj estaba en hora. Asentí y le comenté que a lo sumo tendría cinco minutos de diferencia. Me pidió café bien caliente. Le ofrecí si quería acompañarlo con algo fuerte, y acepto pidiendo una ginebra. Parecía algo traumado así que me acerqué hacia él para preguntarle cómo estaba y me contó acerca de su día.

   Comenzó diciendo que había emprendido su viaje hacia acá hacía unas cuantas horas, vino a pie porque no quería esperar el autobús; al llegar al pueblo miró su reloj que marcaba las diez de la noche. Luego encontró un automóvil en el medio del camino, con cuatro personas: una pareja que estaba por casarse y dos personas mayores. Le habían pedido ayuda para empujar el coche y él accedió. Muy consideradamente se puso a empujar y observó que las personas ingresaban al auto, pero igual siguió empujando. Cuando volvió a observar dentro del vehículo, ya no estaban ahí y él no las había visto descender del auto, así que hacia mi almacén para refugiarse.

   Me quedé tildado unos segundos pensando y decidí contarle la vieja historia. Hacía unos cuantos años existía una banda de ladrones santacruceños que se instaló en Mendoza. Esa familia de la que me contaba, en algún momento sí estaba yendo a la iglesia, hasta que se les quedó el coche. Ahí fue cuando aparecieron esos bandidos ofreciendo ayudar a empujar el auto y los viejitos aceptaron y se subieron al vehículo; ahí fue cuando los mal nacidos les dispararon, asesinando a todos los ocupantes del coche. Unos años más tarde esos ladrones murieron en prisión.

   Dicen que los que ayudan a empujar aquel viejo auto son la reencarnación de alguno de los delincuentes, y esos viejitos eran mis padres y esa pareja era mi hermano y su novia.

   Entonces le pregunté si conocía el infierno, él respondió con un no dudoso y algo desconcertado. Unos años después, aquí estoy, preso por asesinato a mano armada contándole esto a ustedes, mis amigos de prisión. 

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LA VENGANZA NUNCA ACABA
Por Hugo Calero
  Recuerdo esa última noche de agosto que pasé con el señor Raúl Montes. Él estaba más pálido que la leche, asustado como si hubiera visto un fantasma o algo por el estilo, y muy atento. Me había pedido una ginebra y preguntado sobre la hora, pero lo que más me había preocupado esa noche, era lo que me conto después, a las once.
-¿Este lugar es seguro?- me dijo con la voz temblorosa.
-Sí, señor Montes- le dije, sin entender lo que le ocurría en ese momento-¿Por qué pregunta?
De repente me miró a los ojos y sus manos empezaron a temblar.
-Resulta que- me dijo- yo venía caminando hacia aquí, ya que no quería esperar al colectivo. Cuando estaba llegando, me cruzo con una pareja, se podría decir que se estaban por casar, con los padres de la novia y el vehículo averiado, por lo que lo estaban empujándolo. De repente escucho que el esposo dice que eran las doce, por lo que me fijé la hora que marcaba mi reloj, y decía las diez y diez. Yo estaba a punto de corregirlo cuando, de repente, escucho al esposo viniendo hacia mí para pedirme ayuda para empujar el coche.-
-¿No los habrá ayudado o sí?- le pregunté, muy preocupado por lo que me contestara.
-Sí- me dijo aun más asustado-¿Por qué pregunta eso?
En ese momento no tuve más remedio que contarle lo que me había ocurrido hacía dos años, y al año siguiente.
-Verá,- le comenté muy triste- resulta que hace dos años Roberto y al año siguiente, Juan, vinieron a mi bar a la misma hora que usted y me comentaron lo mismo: que venían caminando, se cruzan una pareja y que de repente desaparecen en el coche. Pero el problema fue que, luego que me lo contaron, al día siguiente se los había encontrado con la garganta abierta, un cuchillo a su lado y una carta que decía “venganza”.-
En ese momento Raúl se levantó, se terminó la ginebra, dio media vuelta, se fue. Al día siguiente, se lo encontró en la cama con la garganta abierta, el cuchillo y la carta que decía “venganza”.
Yo creo que esa pareja que aparece y desaparece habrá muerto en un accidente de autos, yendo para su casamiento, y que andan buscando venganza, por no haber podido casarse, matando a toda persona que sea lo bastante buena como para ayudarlas a empujar su vehículo. ¿Me puedo retirar, oficiales, que me espera mi esposa?
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El Suicidio
Por Jan Zuidwijk

      Era una noche fría y oscura, cuando Raúl Montes llegó a mi bar. Él parecía estar asustado, como si le hubiese ocurrido algo aterrador; tenía el rostro pálido y sus manos le temblaban. No sé si temblaba por el frío o por miedo. Fue derecho a sentarse en una mesa que había en un rincón del bar. Cuando lo fui a atender estaba mirando muy sorprendido el reloj de la pared que colgaba frente a él. Me preguntó si el reloj andaba bien, le dije que sí, aunque pudiese estar unos minutos errados y él desvió la vista hacia su reloj. Pidió un café bien caliente. Al notar que algo andaba mal, le ofrecí ponerle algo fuerte al café, él aceptó.
      Su actitud me resultaba familiar. Entonces recordé historias que habían contado varios clientes que habían visitado mi bar, mencionando haber visto fantasmas y personas que desaparecen. Junté valor y le pregunté si le había ocurrido algo. Él me miró fijo y callado, entonces me preguntó si creía en fantasmas. Con esa pregunta noté que había pasado por lo mismo que clientes anteriores. Le pregunté si se había cruzado con la pareja de recién casados y los padres de la novia. Él, asombrado me preguntó si sabía algo acerca de eso. Le conté que era una historia que se contaba en el pueblo, de un accidente automovilístico ocurrido en la ruta llegando al pueblo, una pareja joven de recién casados con los padres de la novia. Era un hecho terrible. Me dio lástima al escucharlo, pero cuando me mencionaron que los espíritus de estos se aparecían en la ruta y asustaban a quienes pasaban por ahí sentí un miedo terrible. Por suerte, hasta ahora a mí no se me aparecieron. Luego de escuchar la historia. Raúl se paró y se fue. No me atreví a decirle que quienes me dijeron haberlos visto fueron atormentados por los fantasmas hasta que se suicidaron. 

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