La segunda
vida de los delincuentes
Por
Santiago Quiroga
Llegó a eso de las once de la noche. Yo
estaba apoyado contra el mostrador cuando sonó la campana avisando que alguien
había entrado. Un señor de normal estatura, que parecía algo confundido y
cansado; a los segundos de observar el almacén algo desconcertado, se sentó en
la mesa del fondo en la esquina. Entonces fue cuando me acerqué hacia él para
darle la bienvenida y me preguntó si el reloj estaba en hora. Asentí y le
comenté que a lo sumo tendría cinco minutos de diferencia. Me pidió café bien
caliente. Le ofrecí si quería acompañarlo con algo fuerte, y acepto pidiendo
una ginebra. Parecía algo traumado así que me acerqué hacia él para preguntarle
cómo estaba y me contó acerca de su día.
Comenzó diciendo que había emprendido su
viaje hacia acá hacía unas cuantas horas, vino a pie porque no quería esperar
el autobús; al llegar al pueblo miró su reloj que marcaba las diez de la noche.
Luego encontró un automóvil en el medio del camino, con cuatro personas: una
pareja que estaba por casarse y dos personas mayores. Le habían pedido ayuda
para empujar el coche y él accedió. Muy consideradamente se puso a empujar y
observó que las personas ingresaban al auto, pero igual siguió empujando.
Cuando volvió a observar dentro del vehículo, ya no estaban ahí y él no las
había visto descender del auto, así que hacia mi almacén para refugiarse.
Me quedé tildado unos segundos pensando y
decidí contarle la vieja historia. Hacía unos cuantos años existía una banda de
ladrones santacruceños que se instaló en Mendoza. Esa familia de la que me
contaba, en algún momento sí estaba yendo a la iglesia, hasta que se les quedó
el coche. Ahí fue cuando aparecieron esos bandidos ofreciendo ayudar a empujar
el auto y los viejitos aceptaron y se subieron al vehículo; ahí fue cuando los
mal nacidos les dispararon, asesinando a todos los ocupantes del coche. Unos
años más tarde esos ladrones murieron en prisión.
Dicen que los que ayudan a empujar aquel
viejo auto son la reencarnación de alguno de los delincuentes, y esos viejitos
eran mis padres y esa pareja era mi hermano y su novia.
Entonces le pregunté si conocía el infierno,
él respondió con un no dudoso y algo desconcertado. Unos años después, aquí
estoy, preso por asesinato a mano armada contándole esto a ustedes, mis amigos
de prisión.
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LA VENGANZA NUNCA
ACABA
Por Hugo Calero
Recuerdo esa última noche de agosto que pasé
con el señor Raúl Montes. Él estaba más pálido que la leche, asustado como si
hubiera visto un fantasma o algo por el estilo, y muy atento. Me había pedido
una ginebra y preguntado sobre la hora, pero lo que más me había preocupado esa
noche, era lo que me conto después, a las once.
-¿Este
lugar es seguro?- me dijo con la voz temblorosa.
-Sí,
señor Montes- le dije, sin entender lo que le ocurría en ese momento-¿Por qué
pregunta?
De
repente me miró a los ojos y sus manos empezaron a temblar.
-Resulta
que- me dijo- yo venía caminando hacia aquí, ya que no quería esperar al
colectivo. Cuando estaba llegando, me cruzo con una pareja, se podría decir que
se estaban por casar, con los padres de la novia y el vehículo averiado, por lo
que lo estaban empujándolo. De repente escucho que el esposo dice que eran las
doce, por lo que me fijé la hora que marcaba mi reloj, y decía las diez y diez.
Yo estaba a punto de corregirlo cuando, de repente, escucho al esposo viniendo
hacia mí para pedirme ayuda para empujar el coche.-
-¿No
los habrá ayudado o sí?- le pregunté, muy preocupado por lo que me contestara.
-Sí-
me dijo aun más asustado-¿Por qué pregunta eso?
En
ese momento no tuve más remedio que contarle lo que me había ocurrido hacía dos
años, y al año siguiente.
-Verá,-
le comenté muy triste- resulta que hace dos años Roberto y al año siguiente,
Juan, vinieron a mi bar a la misma hora que usted y me comentaron lo mismo: que
venían caminando, se cruzan una pareja y que de repente desaparecen en el
coche. Pero el problema fue que, luego que me lo contaron, al día siguiente se
los había encontrado con la garganta abierta, un cuchillo a su lado y una carta
que decía “venganza”.-
En
ese momento Raúl se levantó, se terminó la ginebra, dio media vuelta, se fue.
Al día siguiente, se lo encontró en la cama con la garganta abierta, el
cuchillo y la carta que decía “venganza”.
Yo creo que esa pareja que aparece y
desaparece habrá muerto en un accidente de autos, yendo para su casamiento, y
que andan buscando venganza, por no haber podido casarse, matando a toda
persona que sea lo bastante buena como para ayudarlas a empujar su vehículo.
¿Me puedo retirar, oficiales, que me espera mi esposa?
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El Suicidio
Por Jan Zuidwijk
Era una
noche fría y oscura, cuando Raúl Montes llegó a mi bar. Él parecía estar
asustado, como si le hubiese ocurrido algo aterrador; tenía el rostro pálido y
sus manos le temblaban. No sé si temblaba por el frío o por miedo. Fue derecho
a sentarse en una mesa que había en un rincón del bar. Cuando lo fui a atender
estaba mirando muy sorprendido el reloj de la pared que colgaba frente a él. Me
preguntó si el reloj andaba bien, le dije que sí, aunque pudiese estar unos
minutos errados y él desvió la vista hacia su reloj. Pidió un café bien
caliente. Al notar que algo andaba mal, le ofrecí ponerle algo fuerte al café,
él aceptó.
Su actitud me resultaba familiar. Entonces recordé
historias que habían contado varios clientes que habían visitado mi bar, mencionando
haber visto fantasmas y personas que desaparecen. Junté valor y le pregunté si
le había ocurrido algo. Él me miró fijo y callado, entonces me preguntó si
creía en fantasmas. Con esa pregunta noté que había pasado por lo mismo que
clientes anteriores. Le pregunté si se había cruzado con la pareja de recién
casados y los padres de la novia. Él, asombrado me preguntó si sabía algo
acerca de eso. Le conté que era una historia que se contaba en el pueblo, de un
accidente automovilístico ocurrido en la ruta llegando al pueblo, una pareja
joven de recién casados con los padres de la novia. Era un hecho terrible. Me
dio lástima al escucharlo, pero cuando me mencionaron que los espíritus de
estos se aparecían en la ruta y asustaban a quienes pasaban por ahí sentí un
miedo terrible. Por suerte, hasta ahora a mí no se me aparecieron. Luego de
escuchar la historia. Raúl se paró y se fue. No me atreví a decirle que quienes
me dijeron haberlos visto fueron atormentados por los fantasmas hasta que se
suicidaron.
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